Otra de las situaciones a las que tienes que enfrentarte
cuando rompes con alguien tiene lugar cuando de manera casual, forzada, o
previo paso previamente meditado y decidido por la tienda correspondiente,
vuelves a oler su perfume.
Como un exfumador de puros cuyo momento de gozo travieso en
una boda o convite ocurre cuando padrinos, madrinos y quinceañeros agitados
prenden la mecha del obsequio masculino y la fragancia leñosa y caribeña, para
algunos emponzoñante, recorre las instalaciones del salón de salones, ocupando
como buen gas, todo el volumen disponible en muy poco tiempo.
Vives en un despiste flotante, preso de tí mismo y tus
circunstancias, atendiendo tus obligaciones y cubriendo tus huecos ociosos,
intentando recordar lo bueno o no recordar lo malo. Y de repente… ese olor.
Ese olor que activa las alertas durmientes y revoluciona los
ejércitos dormidos. Que muestra ácidamente los sueños fracasados pero destapa todos
los que están aún por realizar. Un olor que nos recorre a nosotros mismos norte
y sur, derecha e izquierda, blanco y negro, pares e impares. Ese olor que
atraviesa el calendario y viaja en autobús lento de infinitas paradas y
destinos machacados.
Un olor. Un olor que nos ataca. Un olor que a pesar de todo,
nos atrae.
No hay comentarios:
Publicar un comentario