-Marta
y Marcos volverán a las andadas, más que probablemente será eso- pensó Laura
mientras buscaba la tarjeta del abono transporte en el fondo de su bolso. Tenía
dos horas para llegar a casa, prepararse y acudir a la cita latinera habitual.
Laura
había recibido un mensajito corto y contundente, con pocas palabras y mucho
contenido. Contenido abierto e interpretable. Información de texto de teléfono
móvil sin iconos ni paridas. Mensajito de esos que o bien pasa desapercibido
por completo, no aporta nada a la situación de todas las cosas y puede ser no
leído sin consecuencia alguna para nadie; o bien, como fue el caso, atrapa a
Laura, que provoca en ella un atoramiento continuado, permanente e inexplicable
desde el momento en que revuelve el bolso a modo de arca de barro de zorza de
matanza de puerco, para terminar sacando un billete de diez euros, nanomilésimas
de segundo antes de encontrar la tarjeta de la empresa municipal de transporte.
Un
mensaje que no va con ella pero que le importa, claro. Porque si solo nos importase
lo nuestro, no necesitaríamos a los demás. Los demás no pueden arreglarnos lo
nuestro. Nunca. Pero aún así les necesitamos porque sí. Porque lo nuestro es
nuestro y lo suyo es suyo, pero siempre que lo nuestro no nos va bien, los
demás nos alivian, compensan, relajan, transforman y ayudan. Y lo nuestro
entonces puede ir bien, mejorar y arreglarse.
Laura
cree que el mensaje se referirá a algo de Marta y Marcos, de su relación de
telenovela, de sus cuernos de ida, vuelta y dos por uno. De las cervezas negras,
los domingos de cine en casa con televisión sin voz, de su relación muelle, que
se estira, encoge, desparrama y, siendo cerdos, a todos entretiene.
Pero
Laura también tenía ropa tendida. Laura, la chica pop que fue a pescar y se
equivocó de orilla. No, no de armario, que de eso también hubo en la pandilla.
Laura se creyó que los partidos de las fiestas de pueblo de solteros contra
casados eran divertidos y vaya si lo fueron. Laura, que se decía madridista,
madridista con carnet, acabó pasando un fin de año en el Camp Nou.
Aquel
día y el siguiente hubo colapso de red.
Laura
no se puso los auriculares en el metro. Emitió una radiación visual en busca de
algo que suscitase algún tipo de interés, sin éxito. Poco más.
Fue
entrar en el Corazón Loco, menos lleno de lo habitual, y ver allí en carne y
hueso humanos, el huracán de la intensidad del mensaje de letras, números y
signos de exclamación.
No,
esta vez no tenía nada que ver con Marta y Marcos.
Bueno,
o quizás sí.