jueves, 29 de marzo de 2012

Rico de parábola


Eusebio era un banquero de los de antes. De los que a la entrada y a la salida miraban de reojo la peluquería y el restaurante colindantes observando si eran negocios en auge, susceptibles de ser prestatarios de efectivo, o por el contrario tenía que, pasando un muy mal trago, negarles el dinero. Muchos eusebios eran los responsables de que la cosa fuese bien o mal. Años más tarde llegaron decenas de mileuristas que desde Tres Cantos elaboraban plantillas clónicas, genéricas, insípidas y frías que otros, menos que mileuristas, cubrían en cada  oficina local cual funcionarios chinos sin poder poner ni quitar nada.

Eusebio llegó a lo más alto, siendo director de la oficina principal de la ciudad. Aunque siempre se jactó de no ser de los que se ponen de puntillas para la foto siendo ya los más altos, Eusebio se vio inmerso en el batido económico y acabó volviéndose áspero, chulo y prepotente frente a todo el mundo. Eusebio se convirtió en lo contrario de lo que era. El buen humor lo convirtio en acidez, el espíritu constructivo en canibalismo oficial, el buenrollismo con la gente en acusada y extrema altivez. Prácticamente se convirtió en un rico de parábola.

Y un buen día, el menú del día se acabó, todo se vino abajo como un castillo de naipes y Eusebio tuvo que agachar la cabeza. Agachó la cabeza demostrando el efecto de la gravedad. De las dos gravedades.  Y como sí tenía años pero no tantos, las fusiones de entidades, que venían a ser una vendimia de uvas casi podres, le llevó a una oficina de barrio. Una vuelta atrás.

Aguantó como pudo un par de años más pero como la paella tenía mucho arroz y poca carne, Eusebio recibió un buen día un comunicado. Debía cubrir un formulario muy parecido a los formularios insípidos y fríos: el suyo propio. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario