martes, 20 de marzo de 2012

Espera

Accedí a ir por una cuestión propia de serie televisiva de adolescentes. No me interesa en absoluto el tema de la charla que iba a dar el tipo aquel del que Sabela me habló cuando me pidió que le devolviese el favor. Vaya favor de mis cojones. Por definición un favor es algo que haces sin esperar nada a cambio porque de lo contrario, es un trueque o una compra offline. Sabela me pedía que la acompañase a aquella charla, a bastantes kilómetros de aquí, en una tarde fea. Fea por húmeda, fría y grisácea. Una tarde fea que es guapa para irse al cine y merendar croquetas. Una tarde que con otros mimbres es capaz de iluminar lo iluminable. Pero aquella tarde le debía devolver el favor a Sabela en forma de acompañarla a aquella mierda. Aquella mierda era una conferencia sobre arte funerario galaico-portugués, que impartía un novio o amante suplente de Sabela susceptible de volver a ser titular para el mundial.

Si me quejaba, Sabela me recordaría a mí cuando me acompañó a un torneo de esgrima porque competía aquella chica maja de la playa. No, no voy a aclarar ahora si esa chica llegó a jugar de titular o chupó banquillo. No es el objeto de esto que escribo.

Después de la charla, que fue el mayor bodrio de mi vida social, teniendo en cuenta que tuvo lugar en un sótano oscuro y sin cobertura de móvil, mi paciencia se fue de vacaciones hasta septiembre. Cuando Sabela me hizo señas para hacerme entender que tocaba esperar para poder tomar algo y encauzar lo que, me enteré luego, ya estaba precocinado, tuve que contar hasta un número alto para no chillar en colorines.


Tocaba dejar solos a mi amiga y al conferenciante. Sólo media hora -me aclaró Sabela- luego nos vamos, que está el tiempo malo para viajar mucho más tarde. Te lo prometo.

Pasaran ya dos horas y media, y me había fumado más cigarros que en todo el semestre escolar. Leído más periódicos que el italiano del telediario matinal de la tele. La batería del móvil próxima al funeral de cabo de año. Sin portátil.

Me estaba enfadando con Sabela. Estaba enfadado con Sabela. Qué cojones vengo a hacer yo a una conferencia de un místico mitad pijo con letra capital, mitad cultureta con gafas de pasta sin graduación con cristales placebo.

Fui al coche, aparcado por cierto en la quinta gónada, y revisé qué tenía por el coche que me sirviese para hacer más tiempo. Periódicos viejos descoloridos y caducados, todos los manuales del coche, incluido el de la radio y prácticamente nada más.

Ah, sí, una guía de esgrima.   

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