domingo, 11 de marzo de 2012

Hipérboles

Contaba el recientemente finado Fraga Iribarne en una pieza televisiva de hace ya varios años, que su esposa cuando viajaba a Ferrol lo contaba como si hubiese viajado a Japón, mientras que él podía viajar a Japón y lo contaba como si hubiese ido a Ferrol.

Una vez oí relatar a una conocida, exitosa y eficaz empresaria que a la suya bien podrían darle algún tipo de reconocimiento por poseer la plantilla que más progenitores simultáneos de segundo grado poseía... y que fallecían. Empleados que solicitaban alrededor de cuatro veces por año, durante varias temporadas seguidas, el permiso de ausencia al chollo por fallecimiento de un abuelo. El encargado de recursos humanos de ese sitio debía hacer con frecuencia unos encajes de Camariñas con sudokus a la plancha para no acabar gilipollas o al menos no semejarlo. Luego llegó la crisis y sospecho que el encargado de las bajas y altas debe estar a estas alturas formando parte de alguna estadística gubernamental.

Exagerar es echarle morro. Exagerar es a veces hacerse el gracioso. La hipérbole es aceptada habitualmente como recurso fabulístico. O sea que puede que tenga caché, como antaño poner los acentos al escribir o estudiar Filosofía y Letras. Con hipérboles se transmiten con mayor eficacia ideas y conceptos. Con hipérboles llamas la atención de tu interlocutor, pero ojito. Ojito porque si exageras exagerando colmas el recipiente de la paciencia del que te aguanta y te conviertes en uno de esos individuos con los que compartir café una vez cada cuatro meses es la dosis umbral. Si la superas, pasas a ser un plasta. Y es jodido dejar de serlo.

Según quien te cuente lo que te cuenta, uno debe ajustarlo y calibrarlo según los parámetros propios, porque en otro caso volvemos a las familias de veintisiete abuelas. Y es un rollo.

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