lunes, 26 de noviembre de 2012

Tiesos e inamovibles


La construcción de un castillo de naipes es un acto de desesperación. Tiene lugar en un momento de aburrimiento extremo y aparece porque no hay otra actividad así a mano, sin necesidad de levantarse y empezar a mirar qué otra cosa hacer. Los castillos de naipes son siempre igual: entretienen al principio, emocionan a medida que pasa el tiempo, aunque sabes que al final, a la mínima, todo se va a desplomar.

Aún así, siendo plenamente consciente de que a menos que pienses y rebusques encontrarás otra actividad más fructífera, menos aburrida, más divertida y menos mística; a pesar de que pienses que hacer un castillo de naipes es una mierda, lo haces.

Todo iba según lo previsto, pero en el momento en el que Juanjo colocaba un naipe más sobre el otro, formando una especie de arco triangular adosado y edificado sobre otros dos pisos más, sintió un temblor livianísimo en su mano izquierda que le hizo temer lo peor. Juanjo pensó que el castillo de naipes se había acabado.

Pero Juanjo, atónito, vio que de repente los naipes de publicidad de la caja de ahorros provincial estaban unidos como con hormigón. Allí estaban, tiesos e inamovibles. Formando un castillo rígido, estable y hasta bonito. Si es que un castillo de naipes puede serlo.

Juanjo, reconvertido en ingeniero constructor de edificaciones con naipes, tomó una nueva pareja de cartas: la sota y el rey de oros. Desvió su mirada a un lado, perdiéndola, y pensando en el día en que decidió que los castillos de naipes eran lo peor, sonrió.




jueves, 15 de noviembre de 2012

Fumar relaja más


Salí caminando del centro comercial por una calle peatonal con una cuesta de inclinación severa y asfaltado deficiente, pensando exactamente en todo y en nada. Un poco antes, a la altura del ascensor tuve la liviana sensación de que los viajeros me contemplaban de reojo. En medio de la subida agrietada una vez más tuve la misma sensación: los peatones me miraban.

Continué mi trayectoria cavilando. -Quizás vaya despeinado, tenga una mancha facial de chocolate, un resto de tinta de rotulador en la frente, las gafas rotas o torcidas, o simplemente lo que me pasa es que soy guapo y la gente no lo puede remediar, me mira porque destaco por mi belleza- pensé, descojonándome por dentro al pensar en concreto en esto último.

Entré en el estanco estándar, dónde la estanquera de cabecera me sirvió mi paquete de cigarrillos de marca que no fue preciso precisar. Ahí ya me relajé un poco porque ella no me miró de manera muy diferente a lo habitual. Solamente al despedirme me dijo una especie de frase construida, diríase que refrán, que yo en un primer momento achaqué a un comentario típico de ascensor, relativo a lo meteorológico.

Abrí el paquete y extraje un cigarrillo, que alumbré con un mechero publicitario procedente de Nueva York. Fumar relaja. Y si tienes unos minutos de paranoia como en mi caso, fumar relaja más.

Llegué entonces a dónde había quedado. Diana paró el coche y me subí. Su cara era extraña, como la de los peatones previos. La estanquera sólo fue una excepción. Me callé todo lo que pensaba en un primer momento pero al continuar, al hilo de un semáforo eternamente en rojo, Diana me miró y la miré. Le conté brevemente en tono jocoso la sensación de que todos me miraban menos la estanquera.
Diana se puso todavía más blanca. Lechosa. Lechosa perdida. Me dijo entonces: No sabes nada, ¿verdad?

Yo respondí: ¿nada de qué?
  

jueves, 8 de noviembre de 2012

Trocear billetes de cinco


No me gusta la ironía, y no porque no la entienda. No me gusta la ironía ni la gente irónica porque no aportan nada. La ironía es algo pasado de moda. Como la práctica totalidad de los recursos estilísticos. Si acaso para que quede bonito. Pero ni así. Para llenar hojas cuando no existía ni televisión ni ordenadores conectados a la red. ¡Cómo se debían aburrir antes!
La ironía es decir lo contrario de lo que crees para remarcar lo que quieres decir, que como digo, es lo contrario de lo que estás diciendo. Lo lía todo y no arregla nada. Parece que ironizando adornas lo que dices, pero como no lo regules, igual dices una gilipollez del tamaño de una ballena y el personal se descojona pero de pena, no te equivoques.
Dicen que la fina ironía o ironía fina es cuando aunque parece que no, quien te escucha te entiende. Pero yo creo que eso no acontece porque seas bueno ironizando, sino que te entienden porque te quieren así como eres y andando. Irónico, ortopédico, sevillista o amaxofóbico.
La ironía no es eficaz. Palabras que piensas, palabras contrarias a lo que piensas, posible  vuelta atrás, explicación convincente de lo que has dicho pero no querías decir… o sí. La ironía es una montaña rusa de coches de alquiler que acabarás aparcando en una estación perdida de la mano de Alá vertiendo la llave en un recipiente de plástico con agujero hecho con una tijera escolar.
La ironía es perder tiempo. Y como el tiempo es dinero, utilizar la ironía es como quemar o trocear billetes de cinco. O de diez. Eso ya lo vamos viendo sobre la marcha.
Utilizar la ironía es como hacer más ruido cuando quieres silencio. Como llamar a alguien cuando no le quieres ni ver. Utilizar la ironía es cerrar la puerta con llave y romper el cristal para que entre el aire. Utilizar la ironía es como querer ser lo que no eres y decir lo que quieres decir cuando no tienes agallas del tamaño estándar para decirlo dónde, cómo y cuando hay que decirlo. Utilizar la ironía es flipar.
Dicen que la ironía no se entiende en la radio. Imagínate por teléfono. Por mensaje de teléfono móvil. ¡Qué ironía ni que infante decesado!
Lo mejor es decir las cosas claras, concisas, concretas y completas. Como yo.
La ironía es una mierda.


viernes, 2 de noviembre de 2012

Mirando al gato


Carolina efectuaba múltiples dobleces en el envoltorio del azúcar del café, mientras pensaba en lo que Daniela le había estado contando.
Daniela, absorta, dirigía su mirada a una extraña escultura en forma de gato que presidía tácitamente la cafetería de mesas redondas grandes y pequeñas, mezcladas en una suerte de Tetris circular.
-Pero entonces explícamelo otra vez, y explícamelo mejor- inquirió Carolina. -Intenta ser clara porque no entiendo si estás triste, o no, porque se va; si quieres que se vaya, o se quede; si quieres irte con él, o no; si quieres quedarte o quieres marcharte.
Entonces Daniela, mirando al gato, expresó lo que sentía con una claridad nunca vista: -No estoy triste porque se va. Estoy triste porque a pesar de todo, no estoy triste porque se va-