La
construcción de un castillo de naipes es un acto de desesperación. Tiene lugar
en un momento de aburrimiento extremo y aparece porque no hay otra actividad
así a mano, sin necesidad de levantarse y empezar a mirar qué otra cosa hacer. Los
castillos de naipes son siempre igual: entretienen al principio, emocionan a
medida que pasa el tiempo, aunque sabes que al final, a la mínima, todo se va a
desplomar.
Aún
así, siendo plenamente consciente de que a menos que pienses y rebusques
encontrarás otra actividad más fructífera, menos aburrida, más divertida y
menos mística; a pesar de que pienses que hacer un castillo de naipes es una
mierda, lo haces.
Todo
iba según lo previsto, pero en el momento en el que Juanjo colocaba un naipe
más sobre el otro, formando una especie de arco triangular adosado y edificado
sobre otros dos pisos más, sintió un temblor livianísimo en su mano izquierda
que le hizo temer lo peor. Juanjo pensó que el castillo de naipes se había
acabado.
Pero
Juanjo, atónito, vio que de repente los naipes de publicidad de la caja de
ahorros provincial estaban unidos como con hormigón. Allí estaban, tiesos e
inamovibles. Formando un castillo rígido, estable y hasta bonito. Si es que un
castillo de naipes puede serlo.
Juanjo,
reconvertido en ingeniero constructor de edificaciones con naipes, tomó una
nueva pareja de cartas: la sota y el rey de oros. Desvió su mirada a un lado,
perdiéndola, y pensando en el día en que decidió que los castillos de
naipes eran lo peor, sonrió.