sábado, 15 de junio de 2013

Quemarse de frío


Manolo y Josefa iban agarrados pero mantenían a buen recaudo sus manos en sus propios bolsillos, como técnica de supervivencia a la noche, a la baja temperatura y probablemente a alguna interferencia más. Caminaban dando pasos rápidos y cortos con la lentitud del que no desea quemarse. Quemarse de frío. La calle, larga como un día de últimos de junio, estaba poblada de adornos y luces navideñas. Al fondo, una luz roja muy llamativa parpadeaba extrañamente, con guiños descompasados y un chasquido liviano llegaba a los oídos de Manolo y Josefa.

Josefa miraba de reojo los escaparates, sin pararse. Ni siquiera tirando de Manolo ligeramente. Manolo, pensaba en la extensión de la calle, que se curvaba hacia la izquierda como un acordeón flexionado, primero muy poco, y luego casi hasta el extremo. Hasta ese punto en que parece que se rompe pero no. El acordeón se estira de manera exagerada, retorciendo y extendiendo sus pliegues, obligando al acordeonista a torcer la cabeza de manera extraña pero íntima. El acordeonista toca una melodía cualquiera sin pararse a pensar si el acordeón sufre. Solamente toca. Melodías inolvidables. Para Manolo, aquella calle era, más que nunca aquel día, inolvidable.

Continuando el trayecto, avanzando sin prisa pero sin pausa, con su cojera peculiar y no uniforme, sin desviar la atención de Manolo ni siquiera sin que éste tuviese que pararse, Josefa sacó de su bolsillo izquierdo un pequeño paquetito que arrojó no sin emoción, pero invisible e indetectable al fin y al cabo, a una papelera callejera de forma cónica.

Fue un acto rápido, casi inexistente, como ocurre muchas veces en la vida. Dos segundos que lo cambian todo para siempre o para nunca. Hechos que no los ves. No los ven. Manolo no lo ve. No hubo que detener la marcha ni pedir permiso ni avisar. No hubo que planearlo demasiado. No hubo necesidad de parar a las personas que pasaban por la calle, ni parar la Navidad, ni parar las luces, ni parar a Manolo.

Josefa tiró aquello a la papelera en un tiempo que no da tiempo a medir ni a contar. Como no dio tiempo a contar tampoco lo que tardó Josefa en secarse las lágrimas diminutas que en sus ojos verdes florecieron, aunque quizás esas lágrimas no habían aparecido de repente, puede que llevasen allí retenidas desde siempre.


martes, 11 de junio de 2013

Recopilar todo para nada


Saber perder supone volver a empezar. Saber perder es escribir un mensaje sin respuesta. Saber perder es decir también que no. Saber perder es aceptar que está lloviendo cuando creías que hacía un sol radiante. Saber perder es decir sí cuando lo que deseas es no. Saber perder es querer tragarte el orgullo y atragantársete. Saber perder es recorrer el mismo camino a la misma hora para lo mismo: para nada. Saber perder es decir no a lo que quieres porque quieres. Saber perder es navegar en tierra con escafandra. Saber perder es empezar la casa por un tejado sin tejas. Saber perder es desperdiciar los tejos. Saber perder es oír sin escuchar. Saber perder es hablar sin decir nada a alguien que te va a escuchar sin atenderte ni quererte. Saber perder es decir adiós sabiendo que no es un hasta luego. Saber perder es negarte a empezar de nuevo. Saber perder es pellizcarte en el ascensor para no reírte. Saber perder es en el fondo terminar. Saber perder es querer volver atrás. Saber perder es ducharte y enfangarte. Saber perder es lavar el coche cuando está lloviendo. Saber perder es estar sólo con muchísima gente. Saber perder es recopilar todo para nada. Saber perder es alegrarse de llegar a no se sabe donde. Saber perder es tratar de borrar una cicatriz con pintura roja. Saber perder es querer que pasen las horas cuanto antes. Saber perder es querer que ese minuto final sea eterno. Saber perder es cantar sin partitura una canción aún por componer. Saber perder es reconocerse como el que al menos lo ha intentado todo para no conseguir nada. Saber perder es recortar el corazón dañado con tijeras de podar y sin tiritas. Saber perder es cocinar el menú de una cena romántica sin gas ni electricidad en la cocina. Saber perder es querer parar el viento con varios palillos. Saber perder es querer cantar afónico sin micrófonos ni altavoz y que se te oiga bien como siempre. Saber perder es compensarte de lo incompensable. Saber perder es perdonarte lo imperdonable. Saber perder es ver la realidad sin filtros y aceptarla.

Nadie quiere perder.

Nadie sabe perder.