viernes, 9 de marzo de 2012

"brainstorming"

La primera vez que escuché, que yo recuerde, el término “brainstorming”, fue allá por 2006 en una de las clases impartidas por una pedagoga que se parecía físicamente a Juan Echanove pero en chica, correspondientes al Curso de Aptitud Pedagógica. Éste era un trámite que los licenciados debíamos pasar para poder opositar a ser profesor de educación secundaria. Trámite que rondaba los trescientos euros y un pack de tardes frustadas porque el trámite exigía presencia física de seis a ocho de la tarde. Era una especie de club de alcohólicos anónimos donde los de ciencias íbamos muy relajados, tras pasarlas putas los últimos meses de carrera con aquellas materias que nunca se olvidan, por ser más eficaces para quitar el sueño que las tazas-barreño de café portugués hecho en cafetera italiana. Relajados porque la tónica era escuchar los rollos del personal, lo cual no era en sí novedoso, pero a su vez con posibilidad e incluso obligación de opinar. Esto sí estaba muy bien. Hablabas. Escuchabas. Te descojonabas.

El término “brainstorming” o tormenta de ideas consiste en que en un grupo de personas se plantean de manera atropellada, desordenada, y disparadas a bocajarro, todas las posibles ideas, soluciones, planteamientos o recursos acerca de una cuestión concreta. Así en bruto, sin explicar ni rebatir, sin casi pensar. A lo puto loco. En el momento pensé que por una parte aquello sí sabía lo que era, pero me sorprendió que semejante parida que todos en algún momento de nuestra vida habíamos hecho, tuviese aquel nombre que sonaba tan pijo, hasta casi como elitista. No era la primera, ni fue la última vez que descubría que algo que ya existía, algo que ya yo usaba, pensaba o sentía, ya había sido usado, pensado o sentido antes que yo por muchos otros. Pero me sorprendía. Mucho.

La tormenta de ideas es un ejercicio que yo hago, a solas, muy frecuentemente para temas extremadamente diversos. Yo mismo uso esta técnica para avanzar, para reirme, para conseguir objetivos, para no olvidar los viejos propósitos, para descubrir enigmas, para predecir situaciones, para prepararme para posibles acontecimientos, para reducir los riesgos de las decisiones que uno debe o debería tomar. Hay hechos que a priori, no entran dentro de lo probable, según unos criterios llamémosle conservadores o quizás del denominado sentido común. Pero el sentido común no rige todo. No.

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