domingo, 25 de marzo de 2012

Algo muy importante


Casimiro timbró y le abrió la puerta Milantia, sudamericana pobre según las estadísticas y los cánones cabrones de nuestro tiempo, pero multimillonaria de corazón, cabeza y todos los demás órganos corporales. Milantia cuidaba por las mañanas a Olegario, en ausencia de sus hijos. Ella le aseguró a Casimiro que Olegario ya no hablaba, ni escuchaba, ni reaccionaba a los gestos, ni comprendía ni atendía. Por mucho que mantuviese una faz serena, diríase que hasta lúcida, pero con una mirada radicalmente extraviada. Un rostro plano. Sin sonrisas, ni lloros, ni exaltaciones festivas. Nunca se sabía si Olegario tenía hambre o sed.

Casimiro lo intuía, lo había oido miles de veces. Había escuchado por bocas diferentes que Olegario, como muchos otros, tenía esa enfermedad cuyo nombre, raro y dificil, se debía al parecer a un médico extranjero. Casimiro pensaba en porqué ahora siempre ponen nombres raros a las cosas del día a día.
Casimiro le habló a Olegario como siempre. Le contó las últimas novedades de todo, del pueblo, de las ferias, del ganado, de las nietas. A continuación se acercó mucho más y le habló de tú a tú casi al oido, diciéndole que qué suerte tenía con Milantia y con los hijos, que le tenían en casa y no en una residencia. Y le decía que no hiciese caso cuando oyese hablar a los demás diciendo que él ya no oía ni entendía. Casimiro le decía que sabía muy bien que él estaba al loro de todo, pero que era cosa del médico raro ese, que se empeñaba en hacer parecer que no.

Milantia apareció en la salita para dar de beber a Olegario, y proporcionarle unas medicaciones que Casimiro ignoraba para qué eran, porque sabía bien que la enfermedad del médico raro era imposible de curar. Casimiro habló de lo penoso del estado de Olegario, y recordó la vitalidad de años atrás, del espíritu de lucha que siempre tuvo, guerreando para que las indemnizaciones de la construcción del embalse que anegó el pueblo fuesen mayores, poniéndose al frente, oponiéndose a los grandes. Casimiro recordó cómo Olegario se enfrentó a la muerte de su hija y de su mujer en un accidente de autobús, criando a otros dos hijos él solo.

La cara de Olegario fue modificando toda ella su tonalidad, los párpados empezaron a enrojecerse muy tenuemente, con un tinte livianísimo. La mirada de Olegario se alineó, movió hacia arriba la cabeza, y la dirigió hacia Casimiro a muy lenta velocidad. Casimiro seguía han﷽﷽﷽﷽imiro a muy lenta velocidad. Casimiro segua su tonalidad, los prnes del embalse que anegaba para qu eran vecinos dea eía hablando. Olegario ya le estaba mirando. Une escena con iluminación de un solo foco de luz amargo. Sin ruido, sin ningún entusiasmo.

Casimiro se despidió y se fue. Siempre que iba a verle, al salir pensaba que sería la última vez.

Aproximadamente un mes después, Casimiro acudió a casa de Olegario y Milantia le explicó que Olegario había sido trasladado al hospital porque había empeorado. Milantia atendió al teléfono que acababa de sonar, y Casimiro le habló a Maylenis, la niña de Milantia, que portaba una muñeca a modo de mascota.  Casimiro le hizo un par de carantoñas y Maylenis le explicó con espartana seriedad que no podía atenderle ni jugar. Tenía que explicar a la muñeca algo muy importante. Le iba a revelar, a través de la ventana, dónde estaba el cielo. Porque era allí a donde se iba a ir Olegario muy muy pronto.

2 comentarios:

  1. :-(
    Me suena tanto, me trae tantos recuerdos, me lastima de nuevo...
    Pero qué dulzura y serenidad transmiten tus palabras describiendo estos retazos de vida y de muerte.
    Gracias

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