Son apenas tres palitos y un tarro de cristal que parece
plástico, o al revés. Para adecuar su efecto a lo que podría denominarse
adecuado, conviene abrirlo no el día que recibes visita, porque atufaría. Es la
mayor de las contradicciones, pero así es: todos los perfumes, en un momento
dado, hieden.
Como ella tardaría dos días en volver a casa, pensó que era
el momento óptimo para abrir ese ambientador de naranja para que, una vez
superado en subidón inicial, dejase en toda la casa una atmósfera respirable y
no perecedera en un abrir de ventanas. Ojalá el ambientador dure al menos lo
que reza en su etiqueta: sesenta días.
Con los ojos cerrados podría calcularse que aquel día era el
cincuenta y pico, ella no volvió a casa ni a recoger sus cosas, y los palos se
sostenían por los hombros, como tres amigos de borrachera en el último local de
la calle, aguardando al día sesenta, previo a su viaje al fondo de una bolsa
vertida en un contenedor.