martes, 1 de septiembre de 2015

Todos los perfumes, en un momento dado, hieden.

Son apenas tres palitos y un tarro de cristal que parece plástico, o al revés. Para adecuar su efecto a lo que podría denominarse adecuado, conviene abrirlo no el día que recibes visita, porque atufaría. Es la mayor de las contradicciones, pero así es: todos los perfumes, en un momento dado, hieden.

Como ella tardaría dos días en volver a casa, pensó que era el momento óptimo para abrir ese ambientador de naranja para que, una vez superado en subidón inicial, dejase en toda la casa una atmósfera respirable y no perecedera en un abrir de ventanas. Ojalá el ambientador dure al menos lo que reza en su etiqueta: sesenta días.


Con los ojos cerrados podría calcularse que aquel día era el cincuenta y pico, ella no volvió a casa ni a recoger sus cosas, y los palos se sostenían por los hombros, como tres amigos de borrachera en el último local de la calle, aguardando al día sesenta, previo a su viaje al fondo de una bolsa vertida en un contenedor.