lunes, 31 de diciembre de 2012

Capaz de todo


Marta acabó volviendo con Marcos. Cumplieron aquello de que los amores reñidos son los más queridos. Marta un día escuchó lo de que cuando las cosas van mal no es necesario siempre cambiar de personajes sino de historias. Marta y Marcos tuvieron un niño, que sacó lo mejor de cada uno. Lo mejor que estaba ahí, aparcado.
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Mario y Andrea convencieron a todo el mundo de que lo mejor para ser felices juntos es vivir separados. Demostraron sin demasiados corolarios ni teoremas que hay círculos cuadrados. Eso sí, a veces no son más que figuritas de plomo pesado que te llaman cuando no quieres que te llamen y que llamas cuando no te llaman pero quieres que lo hagan. Mario y Andrea eran en el fondo felices, lo cual no es poco tal y como va la bolsa, en bajada.
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Esperanza también se quitó las gafas de sol.
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Paloma ordenó sus cartas y su castillo. Puso, como dicen ahora, los cimientos de una recuperación, que vendrá. Pero no se sabe cuando.
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Cuando todo estaba dizque perdido, cuando ya la fiesta estaba a punto de acabarse porque las luces estaban encendidas, las canciones absurdas de última hora habían sonado varias veces desde ultratumba, cuando todas las cosas recuperadas de la vieja casa parecía que se iban al contenedor, María encontró luz.
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Dicen que cuantas más veces intentes dejar de fumar, más probabilidades tendrás de conseguirlo. También dicen que para conseguir algo que nunca has alcanzado antes, tendrás que hacer algo que tampoco nunca has hecho. Yo acabé dejando de fumar porque fumar es malo. Pero todavía quedan los puros. Y las bodas. Conseguí dejar de fumar porque si dejas de fumar, eres capaz de todo.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Sin prisa pero sin pausa

Como estoy con algo gordo, dejaré un tiempo lo fino.

Sin prisa pero sin pausa, que es como avanza todo.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Becaria cachondona


El ritual se repetía todos los lunes. Paco entraba al estudio donde ya llevaban casi media hora de directo. La presentadora padecía cierto atoramiento debido a la necesidad de implementar todas las secciones previstas, con llamadas en directo y varias entradas publicitarias. Si se despistaban un poco, el tiempo se echaba encima y Paco poco podría intervenir.

No le pagaban mucho, pero desde el último hostiazo electoral bueno era el estar presente al menos un día a la semana en la radio para que el personal no se olvidase de ti. Una vez por semana comentaba las chorradas que la gilipollas de la presentadora se empeñaba en decidir que era lo que había que comentar.

Ese lunes Paco entró, haciendo ruido como siempre, y se sentó en su butaca habitual, al lado de la presentadora y de una becaria menos atorada que su jefa y más preocupada de las paridas que tenía que ir proporcionando al programa, provenientes de las denominadas redes sociales, mariconada que Paco no dominaba mucho ni tenía la menor intención de hacerlo.

Paco se puso los cascos y en pocos segundos comenzó a hablar un oyente. La presentadora le apremió para que relatase el rollo que iba a contar, relacionado con algo así como la noticia del día que querría compartir con los demás, la noticia personal que para el oyente era realmente el titular del día. La presentadora le dijo amablemente que apenas tenían tiempo, más que probablemente pensando para sus adentros: “diga ya su estupidez que tenemos que continuar diciendo y comentando las nuestras”

Pero entonces el oyente, un hombre que dijo ser ingeniero de una empresa hidroeléctrica, empezó a hablar con un tono de voz muy bajito. El silencio se hizo en el estudio, la presentadora decidió fornicarse los compromisos publicitarios y de tasación del tiempo, la becaria cachondona dejó su tableta y su monitor y empezó a sacarse y ponerse su anillo gigante con forma de pez espada de colorines, nerviosa. Paco se aflojó la corbata y soltó el bolígrafo que le ponían allí para anotar cosas. Bebió un poco de agua fría, directamente de la botella.

El oyente hablaba al borde del llanto, y los tres presentes se quedaron quietos como estatuas callejeras de ciudad turística cutre. El ingeniero hablaba a trozos. Repetía algunos grupos de palabras con tristeza de esa que evoluciona en forma de nudo o bola dura que se amontona a la altura de la garganta. Paco, el bruto, se echó una mano a la cabeza. La del anillo no estaba técnicamente llorando pero se podía notar el cambio facial extremo. La presentadora, que había ciscado todos los cronómetros, continuaba escuchando al ingeniero con esa atención que sólo crea lo que realmente merece la pena.

El ingeniero contó que de camino a casa en una rotonda cercana a su domicilio, paralela a un puente sobre el río que recorre y separa en dos la ciudad, vio como una persona intentaba subirse a la barandilla con la intención de tirarse al vacío. El ingeniero, preso en el atasco de tráfico de última hora de la tarde, iba sólo, veía como la mujer estaba a punto de alcanzar ese punto dónde solamente tres segundos más y todo está perdido. El ingeniero contaba como la mujer hacía aspavientos arriba y abajo, adelante y atrás. Desde su coche de cuatro millones de antes, observaba como la mujer de vez en cuando echaba la vista atrás como pidiendo a gritos que alguien al menos se parase y la parase.

El ingeniero contó cómo finalmente un ciclista de esos cuya apariencia estética nos haría en una calle oscura echar la mano a la cartera, o yendo en el coche de cuatro kilos, bajar los seguros, desvió la trayectoria de su bicicleta al ver a la señora y se acercó a ella. La mujer se echó atrás y el joven sucio de cabello pero brillante de humanidad, corazón y cojones… la abrazó.

Los tres espantapájaros del estudio se volvieron técnicamente mudos. La dicharachera, risueña, borde y otrora atorada presentadora también.

El ingeniero, creo que llorando, terminaba: es que joder, si no es por el ciclista de las rastas…

Repetía: no paraba nadie, joder, no paraba nadie.


martes, 11 de diciembre de 2012

Tampoco viene a cuento preguntar


Le dijo que tenía que hablarle de un tema delicado. Una vez más, una vez juntos, nada sobre el tema. Nunca lo supo. Tampoco viene a cuento preguntar.

viernes, 7 de diciembre de 2012

No les importa tocarse, rozarse, estar cerca


Todos tenemos en mente la estampa de los pingüinos. Decenas o centenas de bichos simpáticos que de repente se arrejuntan al borde de un lago y comienzan a ponerse nerviosos produciendo ese movimiento espasmódico peculiar como imitando a Charles Chaplin. No sé si mirándose fijamente unos a otros o no, porque no conozco los detalles de la capacidad de visión de los pingüinos, pero desde luego, sí pendientes todos de todos. Con esa inquietud acelerada debida quizás a la indecisión de si tirarse o no al agua.

Nadie quiere ser el primero. Todos, eso sí, se acercan más y más a los demás pingüinos y al agua. No les importa tocarse, rozarse, estar cerca. El bullicio aumenta. Los pingüinos montan mucho jaleo, pero es un jaleo tolerable. Sin que te hayas dado cuenta, aparecen más, caminando o más bien arrastrándose de manera extraña. El lago es suficientemente grande y tiene un considerable caudal de agua estancada. La densidad de pingüinos situados a la orilla crece. Crece a tope. A los cuervos marinos apelotonados ya con la tensión sistólica en máximos, se unen nuevos bichos que vienen de comarcas vecinas, por si los del lugar no fuesen ya suficientes en la marea negra de graznidos y el vaivén de pasos procesionales.  Como en una región Amish un día de tarea común, los pingüinos aparecen sin haberles llamado. Y vienen de negro, claro. Todos están dispuestos a arrimarse pero ninguno quiere romper el hielo, aunque aquí la metáfora es absurda.

Cuando el reloj indica que han pasado ya alrededor de treinta minutos de ajetreo en la orilla, se observa que quizás puede que haya alrededor de mil pingüinos sobre la mesa, incluidos los de aquí y los que vienen a ayudar, los negros de todo y los que les gusta variar de colores, los que controlan de agua y piscinas, los que caminan un poco mejor porque tienen práctica, los que no pensaban ir pero al final van y, sobre todo, esa media docena de pingüinos que estaban allí desde el principio. Sí. Unos mil pingüinos.

Mil pingüinos y ninguno tiene huevos de tirarse.

Pero entonces viene uno, no se sabe cual, y sin que te des cuenta, delante de tus narices, se lanza al agua.

Una vez se ha tirado uno, detrás van todos los demás.