miércoles, 18 de abril de 2012

Una docena de entradas


Guarda la ropa que todavía no está lo suficientemente sucia como para enviarla a la sección de lavado, esto es, al gigante recipiente de mimbre, en el armario empotrado del pasillo. Será difícil encajarlo todo.

Vacía los tres ceniceros, dos de ellos de recuerdo de viajes de los buenos tiempos, y recoloca la cajita minúscula de madera donde se guardan los pendientes de joven y dos fotos de carnet diferentes de personas que también en los buenos tiempos eran alguien y hoy no se sabe qué son.

Se cuestiona si verter en el cubo de basura todas las varas de inciensos diferentes que como siempre en tiendas, reuniones místicas o casas de amigos huelen muy bien pero que en la de uno huelen a comida, ropa o basura requemada. Inciensos que precisan de ventilación. Decide que de momento no.
Adjudica una de las opciones disponibles a esas cartas que tanto se mueven. O volver a ser guardadas, o no. Las tira.

En los cajones, remanosea al menos una docena de entradas de conciertos, alguna sin agujerear, un billete de dos mil pesetas, el carnet del club de baloncesto, una moneda de diez céntimos de dólar, varios tickets de las primeras compras sin nadie al lado, una grapadora vieja, pegatinas de la empresa familiar, flores, muñecos y otras argucias en papel, un delfín de peluche, una muñequita sucia, rubia y guapa, y las fotos.

Todo aquello era por las fotos. Cuando quieres recordar algo o a alguien le das vueltas a la cabeza, remueves tus pertenencias, intentas poner orden en lo material como preparación para ordenar lo inordenable, quieres tirar todo y no tiras nada, crees que creas más espacio para cosas nuevas pero rellenas huecos con las mismas cosas.

Será difícil encajarlo todo.


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