Guarda la ropa que todavía no está lo suficientemente sucia
como para enviarla a la sección de lavado, esto es, al gigante recipiente de
mimbre, en el armario empotrado del pasillo. Será difícil encajarlo todo.
Vacía los tres ceniceros, dos de ellos de recuerdo de viajes
de los buenos tiempos, y recoloca la cajita minúscula de madera donde se
guardan los pendientes de joven y dos fotos de carnet diferentes de personas
que también en los buenos tiempos eran alguien y hoy no se sabe qué son.
Se cuestiona si verter en el cubo de basura todas las varas
de inciensos diferentes que como siempre en tiendas, reuniones místicas o casas
de amigos huelen muy bien pero que en la de uno huelen a comida, ropa o basura requemada.
Inciensos que precisan de ventilación. Decide que de momento no.
Adjudica una de las opciones disponibles a esas cartas que
tanto se mueven. O volver a ser guardadas, o no. Las tira.
En los cajones, remanosea al menos una docena de entradas de
conciertos, alguna sin agujerear, un billete de dos mil pesetas, el carnet del
club de baloncesto, una moneda de diez céntimos de dólar, varios tickets de las
primeras compras sin nadie al lado, una grapadora vieja, pegatinas de la
empresa familiar, flores, muñecos y otras argucias en papel, un delfín de peluche,
una muñequita sucia, rubia y guapa, y las fotos.
Todo aquello era por las fotos. Cuando quieres recordar algo
o a alguien le das vueltas a la cabeza, remueves tus pertenencias, intentas
poner orden en lo material como preparación para ordenar lo inordenable,
quieres tirar todo y no tiras nada, crees que creas más espacio para cosas
nuevas pero rellenas huecos con las mismas cosas.
Será difícil encajarlo todo.
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