lunes, 23 de abril de 2012

El valor que decanta el triunfo


Es domingo por la tarde y el hogar del pensionista está de bote en bote. Partida de brisca. Dos para dos. Maruja toma el mazo de cartas de su compañera de enfrente y cuenta los tantos. Un as once, un caballo tres. Visto lo visto, sospecha que va a perder la partida. Otra vez. Lleva contados unos treinta y pico, y por el grosor del fajo de cartas que le quedan, no va a llegar  a sesenta, el valor que decanta el triunfo.

Nos pasa a todos.

Sabemos que una vez más, todo nuestro esfuerzo no va a obtener un resultado satisfactorio, por más que nos hayamos mostrado dispuestos, optimistas e involucrados de principio a fin. Nos pasa a todos que contando las cartas, podemos poco a poco ir descubriendo que vamos a perder. Lo sabemos, sí, perfectamente. Aún así recoges las cartas y cuentas los tantos con cierta agitación. Cuando quedan pocas cartas por contar te encuentras un as, que vale once, y el recuento de tantos sube como la espuma. En tu interior despierto y atento recopilas mentalmente las bazas que jugaste con toda la emoción, aguardando que no viniese a joderte un tres de copas o un mísero triunfo en forma de dos de bastos.  Piensas: -¡qué bien jugué!-

Maruja llega al final, una sota. Total, cuarenta y siete. Maruja se amarga un poco. Le da rabia perder frente a Olga y Rita. En general, siendo muy modesta, cree que ella y Pepita juegan mil veces mejor que ellas. Pero pierden una vez más.

Nos pasa a todos.

Olga se ríe y la dentadura postiza pintada de rosa se le voltea dentro de la boca. A Maruja no le hace ni puta gracia que se choteen de ella. Rita pone paz y propone jugar otra partida.

Nos pasa a todos.

Si pierdes, la propuesta es una nueva partida. 

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