Rosa entra en la cafetería de
referencia a donde acude todos los sábados por la mañana. Pide café con leche
con sacarina. Para ser exactos se lo servirán con aspartamo pero da igual. Se
sienta en la mesa de la esquina, la que más le gusta, la que tiene a mano sin
tener que levantarse todos los periódicos disponibles del local. Toma en primer
lugar uno de los económicos, de páginas color naranja que los entendidos llaman
salmón. Sandra está a punto de llegar.
Sandra llega. Pide un café con
leche pero grande, en vaso, junto con un pincho de una tortilla con gigantismo,
rellena de jamón york, queso, tomate natural y mayonesa. Como Sandra es obesa
rozando la morbidez, cuando ingiera todo esto solicitará a Beatriz, la
camarera estándar, un donut de chocolate. El procedimiento habitual.
Rosa y Sandra son amigas con
mayúsculas. Los amigos con mayúsculas son los que sin que tú se lo pidas te
ayudan a tapar aquello sobre lo que después ellos mismos te abroncan. Con
cierta crispación fruto de la confianza que conlleva la amistad de este tipo,
que en nada se olvida y se borra. Sóla.
Rosa le habla a Sandra de la
crisis económica, de la noticia de la última megafusión bancaria y sus efectos,
y del resultado de las elecciones presidenciales en el país vecino y su influencia
en el contexto europeo. Rosa, a todo esto, mientras mantiene marcada con la
mano la página del diario salmón en que iba leyendo.
Sandra, que acaba de pedir el
donut de chocolate, intenta seguir su tema pero le cuesta. No tiene ni puta
idea de qué cojones le está hablando Rosa. Cuando Rosa dice exactamente “a
ver qué resultado nos da la consolidación fiscal” Sandra definitivamente se
cabrea. Sandra le pregunta a Rosa: -mira, el guapito aquel del gimnasio con el
que quedaste el viernes de la semana pasada… ¿es economista?. Rosa responde con
una afirmación leve, acompañada de la risa quinceañera que las dos bien
conocen. La sonrisa de cuando iban a comprar nubes de un duro al quiosco de la
madre de Juan para ver a Juan, guapo de cabecera en el colegio.
Rosa ve que Sandra saca una bolsita del bolso, procedente de una herboristería, con un bote de cápsulas dizque de té verde con glucomanano de Konjac.
Rosa abronca con crueldad a
Sandra. La crueldad de los mejores amigos. Le explica que no es coherente zamparse
lo que se ha zampado y después comprar cáspulas con placebos adelgazantes. Como
siga así, engordando y engordando sin orden, acabará como uno de esos casos en
que el personal es extraido del domicilio con una grúa profesional.
Sandra, a la que en el fondo le
duele en el alma y le parece una verdad como un templo, tarda en contestar.
Pero lo hace:
-¿Me hablas a mi de coherencia?
Deberías verte ahora mismo, con el periódico económico entre manos, tú que
hasta hace nada ni sabías que los periódicos los domingos costaban más. No
puedes jugar a ser lo que no eres ni interesarte de repente en lo que nunca te
interesó. Hiciste lo mismo con Pablo, convertirte en ingeniera cuando te
atascas haciendo cuentas con calculadora.
Rosa cierra el periódico y sus
ojos se ponen muy muy colorados sin llevar a producir, más bien a extraer,
técnicamente lágrimas. Sandra, en proceso de inicio de digestión de su segundo
desayuno, revisa el móvil y ve un pajarito, señal de la red social cometiempo y
comecocos de que alguien ha contestado a su última parida.
Pasan no más de tres minutos y de
repente empiezan a hablar del regalo de cumpleaños que tienen que comprar. Se
quejan de que siempre les toca a ellas. Los demás siempre pasan.
Ambas sonríen. Sandra más. El del pajarito, era Pablo.
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