Por fin. Por fin lo había conseguido. Después de
semanas y semanas intentándolo. Como lo intentan decenas de hombres
entorpecidos y dubitativos debido a la presencia de una hembra hermosa que les
lleva a una eclosión hormonal espontánea, que amenaza su vida resuelta, pero
inane.
Por fin Jorge había logrado un fin de semana largo con
Paula, con una excusa bien elaborada.
Llegaron a la habitación del hotel y Paula le pidió a
Jorge que fuese a recepción a pedir la contraseña para acceder a la conexión
inalámbrica a internet. Paula la necesitaba para aderezar ante su marido la
excusa diabólica que le estaba permitiendo hacer el gilipollas con Jorge.
Jorge. Un tipo feo, gordo, absurdo, mentiroso hasta caerse de culo,
extremadamente pesado, campeón de pedos de sobremesa, fatal cantante de
karaoke, y pésimo amante, como había podido comprobar dentro de un Ford Focus
un día entre semana.
Jorge, una vez anotada la combinación alfanumérica
solicitada se subió al ascensor junto con dos personas más. La apariencia decía
que eran otros dos tortolitos, no se sabe si legales, que habían llegado
también a aquel conjunto de jaulas de lujo adosadas y enmoquetadas con
cuestionable gusto, con el mismo objetivo.
Dos hombres y una mujer con objetivos similares, en un
lugar pequeño y apretado, nada ventilado. Dos hombre y una mujer que no se
dirán nada más que hola, adiós, al tercero o al séptimo. No se conocen de nada
ni se conocerán. Nunca han coincidido y lo más probable es que nunca más
vuelvan a coincidir. Ni allí ni en nada. Ni en un ascensor ni en la vida.
A efectos prácticos, para aquella pareja, podría
haberse substituido a Jorge por un espantapájaros. La pareja no lo habría
notado. Jorge podría ser un conjunto de dos escobas y una punta, vestidas con un sombrero hortera
y una camisa vieja y la pareja no se asustaría, ni se vería intimidada, ni
tendría vergüenza, ni ganas de llegar rápido al séptimo.
Jorge salió del ascensor pero del ascensor no salió
nadie. Jorge era un espantapájaros dentro y fuera. Del ascensor, del hotel, de
la ciudad y del mundo. Un espantapájaros que todos ven, con una función que
realiza correctamente, que puede ser modernizada, actualizada y puesta al día
colgándole dos cedés y una camisa hawaiana, poniéndole cara nueva con un cojín
viejo y pinturas, moviéndolo de sitio. Un espantapájaros que con el tiempo
perdería el color, la utilidad y el sombrero.
Jorge se detuvo justo antes de golpear la puerta para
que le abriese Paula. Cogió su móvil y escribió un texto para Gloria, su mujer,
que decía: “Cariño, la reunión es un rollo, dame ánimos que buena falta me
hacen. Te quiero”
Jorge el espantapájaros espantaba todos los pájaros de
la Vía Láctea. Todos menos los suyos propios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario