viernes, 22 de junio de 2012

Subordinadas adverbiales con la hoja apaisada


Silvia recogió de manera automática la tarjeta del párking, aparcó su coche con relativa facilidad dada la hora que era y se dirigió al ascensor mientras guardaba la dichosa tarjeta en la cartera y ésta a su vez dentro del bolso. Tendría que hacer compras por valor de quince euros para no tener que pagar por aparcar. Tarea trivial para Silvia.

Dentro de aquel gigante ascensor,  hermano de un ascensor de hospital, fue donde escuchó muy de fondo aquella canción. La canción. Y al momento, Silvia se montó en un DeLorean sui géneris.

La selectividad. Ese proceso que empieza técnicamente el octubre anterior y que marcó, quieras que no, toda la vida de Silvia. Quiere estudiar ingeniería de telecomunicaciones, carrera sin paro y con mucha pasta. Estudiar, estudiar, estudiar y estudiar.

Pero una tarde tonta aparece Dani y pasa lo que tiene que pasar. Silvia flaquea en un par de exámenes y entonces hay que tomar medidas. Silvia y Dani se juran amor eterno y todas las demás cosas que se dicen en las películas pero que dudo que sean dichas en la vida real. Deciden de mutuo acuerdo esperar a que pase la selectividad, y después sí, se irán a celebrar el San Juan, saltarán sobre el fuego en la playa, beberán hasta orinar cantidades récord, el verano será apoteósico y ambos estudiarán telecomunicaciones. Silvia hace plan tras plan para ese verano y para lo que sigue, se le ocurren mil ideas, de noche, por la mañana, mientras repasa a Marcuse y Kant, mientras analiza las subordinadas adverbiales con la hoja apaisada y mientras su madre le lleva y posa sobre el escritorio un recipiente plástico conteniendo Actimel con Ele-casei-imunitas.

Sin que lo sepa mamá escucha la radio, en la que a las horas punta y a las medias suena la canción. Una y otra vez. Silvia la toma como banda sonora del momento. Cierra los ojos y tira hacia delante, sin pensar en todo el tiempo que falta todavía, todo el esfuerzo que habrá que hacer, renunciando a estar ya todas las horas con Dani. Pero da igual, después de selectividad, todo se compensará. Merece la pena esperar.

Y fue en la noche de San Juan, con la selectividad a la espalda, con la nota conocida y con la entrada a la carrera deseada de ambos ya conseguida, cuando después de evitar a Silvia de una manera extraña, lo cual era una señal evidente de lo que vino después, Dani le dijo: -mira Silvia, es que… no.-

Silvia caminó y no tuvo más remedio que escuchar la canción completa. No tuvo humor ni para entrar en Zara. Se dirigió de nuevo al ascensor y se fue a por el coche. Tuvo que pagar veinticinco céntimos. Casi once años sin escuchar aquella ridícula canción, casi once años sin saber de Dani… y casi once años sin haberle olvidado todavía.

Más que sin olvidarle al él, de lo que no se olvida Silvia es de que no debes postergar nada a después de la selectividad, ni a después de esto o después de lo otro. Silvia cree que las cosas cuando las necesitas es aquí y ahora y si no las tienes aquí y ahora, cuando te hacen falta, ¿para qué después?.

Once años después Silvia pensó que quizás tenía razón Dani.

Es que… no. Así no.

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