Silvia recogió de manera
automática la tarjeta del párking, aparcó su coche con relativa facilidad dada
la hora que era y se dirigió al ascensor mientras guardaba la dichosa tarjeta
en la cartera y ésta a su vez dentro del bolso. Tendría que hacer compras por
valor de quince euros para no tener que pagar por aparcar. Tarea trivial para
Silvia.
Dentro de aquel gigante
ascensor, hermano de un ascensor de
hospital, fue donde escuchó muy de fondo aquella canción. La canción. Y al
momento, Silvia se montó en un DeLorean sui géneris.
La selectividad. Ese proceso que
empieza técnicamente el octubre anterior y que marcó, quieras que no, toda la
vida de Silvia. Quiere estudiar ingeniería de telecomunicaciones, carrera sin
paro y con mucha pasta. Estudiar, estudiar, estudiar y estudiar.
Pero una tarde tonta aparece Dani
y pasa lo que tiene que pasar. Silvia flaquea en un par de exámenes y entonces
hay que tomar medidas. Silvia y Dani se juran amor eterno y todas las demás
cosas que se dicen en las películas pero que dudo que sean dichas en la vida
real. Deciden de mutuo acuerdo esperar a que pase la selectividad, y después
sí, se irán a celebrar el San Juan, saltarán sobre el fuego en la playa,
beberán hasta orinar cantidades récord, el verano será apoteósico y ambos
estudiarán telecomunicaciones. Silvia hace plan tras plan para ese verano y
para lo que sigue, se le ocurren mil ideas, de noche, por la mañana, mientras
repasa a Marcuse y Kant, mientras analiza las subordinadas adverbiales con la
hoja apaisada y mientras su madre le lleva y posa sobre el escritorio un
recipiente plástico conteniendo Actimel con Ele-casei-imunitas.
Sin que lo sepa mamá escucha la
radio, en la que a las horas punta y a las medias suena la canción. Una y
otra vez. Silvia la toma como banda sonora del momento. Cierra los ojos y tira
hacia delante, sin pensar en todo el tiempo que falta todavía, todo el esfuerzo
que habrá que hacer, renunciando a estar ya todas las horas con Dani. Pero da
igual, después de selectividad, todo se compensará. Merece la pena esperar.
Y fue en la noche de San Juan, con
la selectividad a la espalda, con la nota conocida y con la entrada a la
carrera deseada de ambos ya conseguida, cuando después de evitar a Silvia de
una manera extraña, lo cual era una señal evidente de lo que vino después, Dani
le dijo: -mira Silvia, es que… no.-
Silvia caminó y no tuvo más
remedio que escuchar la canción completa. No tuvo humor ni para entrar en Zara.
Se dirigió de nuevo al ascensor y se fue a por el coche. Tuvo que pagar veinticinco céntimos. Casi once años sin escuchar aquella ridícula canción, casi once años
sin saber de Dani… y casi once años sin haberle olvidado todavía.
Más que sin olvidarle al él, de lo
que no se olvida Silvia es de que no debes postergar nada a después de la selectividad,
ni a después de esto o después de lo otro. Silvia cree que las cosas cuando las
necesitas es aquí y ahora y si no las tienes aquí y ahora, cuando te hacen
falta, ¿para qué después?.
Once años después Silvia pensó que
quizás tenía razón Dani.
Es que… no. Así no.
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