miércoles, 20 de junio de 2012

Semanas de queja compulsiva


Hay veces en que decimos cosas que, incluso antes de haber terminado de pronunciar, en el momento mismo de expresar mediante frases más o menos elaboradas, tanto al hilo de una consersación crispada y encendida como de una charla desanimada esperando a que venga un ángel y nos ilumine el momento, sabemos que originarán un incremento de la subida del pan.

Petra acababa de ser consciente de ello en aquel justo momento, aunque sus escuchantes puntuales entorno a la mesa parecían ser sufridores temporales de hipoacusia o bien eran fans de Ikea.

Petra en principio no quería que sus amigos se enterasen de aquello que ella suponía sería un motivo de mofa importante. Por eso intentaba poner excusas variopintas con dudosa originalidad y fundamentos infantiles. Como aquellos que ante los vómitos de las primeras borracheras se excusan con el hábito adquirido de ingerir cortezas de cerdo mezcladas con gominolas o los que son vistos y oidos en ambientados locales y se excusan manifestando la ignorancia o apelando a la casualidad nocturna de una noche loca.

Petra había miccionado en modo ascendente y ahora el viento de sus palabras podría embeberla considerablemente.

Petra, tras mucho tiempo rajando del hecho de tener animales en casa de una manera que rozaba el golpeo a mano abierta preventivo, tras meses llamando cerdos directa e indirectamente a los que teníamos perro en casa y lo queríamos como a un hijo (matrículas universitarias aparte) y lo dejábamos subir al sofá, y tras semanas de queja compulsiva sobre la cantidad de pelos sueltos que dejaban éstos en ropa, coches y demás parientes; tras todo eso, Petra acababa de soltar por su boquita que el sábado próximo había un concurso de mascotas organizado por la asociación de vecinos y que ella lo mismo iba.

Los demás no dijimos nada durante los primeros trece o catorce segundos. Después el abucheo fue verdaderamente increible, las ondas sonoras de las risas llegaron a detectarse en un medidor sísmico sito en Melilla, y la piel facial de Petra se tornó en rojo ketchup de marca blanca con una velocidad al límite de la legalidad.

Todos lo sabíamos ya pero Petra confirmó el dato: Víctor, el nuevo, tenía un Fox Terrier.

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