miércoles, 27 de junio de 2012

Racionalidad cero


Como era marzo, no llovía, el encuentro no era excesivamente lejos, y Ana trabajaba de doble turno tarde-noche (cosas raras de los turnos de enfermeras), accedí a ir y a ir caminando. Pedro, compañero de bufete había sido padre primerizo nada menos que de trillizos. Isabel me propuso quedar con ella y con Marcos, compañero abogado, para llevarle un detallín a los críos. Detallín triple, que pensaba yo que con algo genérico en plan paracetamol pero en regalo para los tres, ya sería suficiente, pero no. Tres peluches que doblaban en metros cúbicos el volumen de cada nuevo infante, un ramo de flores envueltas en papel de platino (visto el precio) para la madre, un estuche de cuero absurdo para el padre y no le llevamos nada a las suegras de ambos porque el jefe de protocolo de la Casa Real de los Emiratos Árabes debía estar de baja e Isabel no pudo pedirle consejo. Hay que joderse.

Isabel me comentó mediante mensaje telefónico de nueva generación que Marcos iba a venir con Andrea, su pareja. Al parecer conocía a la madre de los nuevos habitantes de no se qué cosa y ya puestos pues la visita era completa.

No voy a negar que el hecho de que fuese a añadirse al evento alguien más, fue en aquel más que probable bodrio de tarde el revulsivo que podía animar los minutos. Los maridos, mujeres y complementos habitacionales de los demás, en concreto de compañeros de trabajo, siempre provocan curiosidad, básicamente malsana. Si la novia de un guapo es fea, te descojonas. Si está potente te da envidia. Si apenas habla te da un poco de pena. Si es una tía de puta madre te dices: ¡qué capullo él!

De camino, como no tenía otra cosa que hacer ni en qué pensar, me imaginé cómo sería Andrea. Marcos, con el que realmente no tenía una relación fluida ni siquiera de compadreo cultural-futbolístico, era lo que se diría pues un tipo normal. Ni alto ni bajo, ni feo ni guapo, miope con gafas estilosas, de traje azul o negro con corbatas estándar y, lo más llamativo, adicto a los perfumes extravagantes. Lo mismo un día aparecía oliendo a canela de la que se echa al arroz con leche que al día siguiente te recordaba a un suavizante de esos con fragancia de rosas rurales. Eso debía ser cosa de Andrea, que lo mismo trabajaba en la perfumería de unos grandes almacenes y le conseguía muestras de estas que llevas en el coche para las urgencias de sudor de ciudad.

Andrea probablemente sería rubia. No sé por qué me imaginé eso. Rubia. Quizás con ojos negros. No ojos negros de estos muy potentes sino negros mate. Andrea sería sí, perfumista. E iría bien preparadita, con medias de las buenas recién compradas, con tacones de media altura, y al presentarnos yo le daría dos besos casi poniéndome de puntillas, que es lo malo de ser bajito.

A lo mejor, Andrea sería morena, y no trabajaría perfumando al personal sino en algo donde se requiera de más capacidad intelectual. Lo mismo hasta era científica. Y trabajaría en un laboratorio gigante con bichos anestesiados con líquidos inyectados con jeringuillas de yonqui.

Pensando estas cosas esquivé con sumo cuidado un resto de defecación de un perro doméstico dirigido por su ama con una correa de cuerda barata. No había una razón principal más allá de la ociosidad y tediosidad del día, pero conforme estaba llegando al punto de encuentro, más ganas tenía de conocer a Andrea.

Bien pensado Andrea, la novia, o lo que sea de Marcos, probablemente, fijo que sí, sería profesora de arte. De estas mujeres que con una servilleta de papel o un rotulador de los denominandos permanentes, hacen una parida que te parece una pieza artística de primer nivel. Y llevaría gafitas de estas metálicas, delgaditas y rectangulares como la americana esta que estaba como una regadera y quería ser vicepresidenta. Sí, Andrea sería una tía interesante, lista, guapa y con estilo.

El rollo de la visita a los trillizos iba a tener salsilla. Excelente.

Con tanta actividad mental, el camino se había hecho cortísimo. En nada, ya estaba en la calle Adelfas, donde estaba el nuevo hogar de los trillizos. En una cafetería, llamada Adelfas también, situada en el bajo del mismo edificio, habíamos quedado para ir juntos y no llegar por etapas a la casa. Entré y pude ver en una mesa a Marcos y a Isabel. Mierda, al final Andrea no debía haber venido.

Tanto tiempo haciendo cábalas absurdas sobre como sería Andrea, y seguro que nada, de esta tampoco la iba a conocer. Y si no era en aquel momento, a saber cuando, porque no todas las semanas nacen trillizos. Me estaba bien por vender la piel del oso antes de cazarlo. Menuda ofuscación mental.

Me senté, pedí un café cortado, y oí como terminaban una breve conversación. Me pareció entender que Marcos se iba en Semana Santa a Italia, en concreto a Pisa, a ver a la familia de Andrea y tal. Pensé para mis adentros que Marcos era un cabrón suertudo. Andrea, encima italiana, probablemente rubia, le haría pizzas y platos suculentos basados en recetas clásicas romanas, mientras yo tenía que cenar a solas pan de sandwich con mortadela de oferta porque vivo con una enfermera, de esas que acumulan turnos a lo loco para luego librar semanas enteras también a lo loco. Racionalidad cero.

Y así estaba yo ensimismado en la pizza, los trillizos, obervando el paquete gigante de los peluches, pensando en si las plantas verdes de la calle eran las putas adelfas que dan nombre a la calle, al bar y a toda la zona, cuando Marcos me dijo: -por cierto, Andrea ha ido al baño, creo que no os conocéis-

-¡Coño!- pensé-. Sí que está, pero en el baño. Bien. A ver tengo que centrarme, que no piense que soy un atontado, porque menuda paranoia me traigo con ella, que no la conozco de nada. ¿A qué se dedicará Andrea?, ¿será química?, ¿profesora de arte?, ¿cajera de supermercado?, ¿comercial a puerta fría?, ¿morena? ¿rubia?, ¿fea?

En décimas, milésimas, cienmilésimas después, o como cojones se llame la unidad de tiempo inmediatamente inferior, si es que el umbral perceptivo humano es capaz de su detección, Marcos nos presentó con alegría.

Dijo: -Él es Bruno, compañero del despacho, y él es Andrea, mi marido.


No hay comentarios:

Publicar un comentario