A finales de agosto la noche es antes porque
nunca antes fue de noche como es ahora. El color de la calle es, a últimos de
agosto, un residuo de lo que añorarás en
noviembre, cuando aún todo puede ser posible. Cuando el fuego es lo único
que puede alumbrar una tarde. Si el veintidós de agosto no has terminado con lo
que te proponías, es que realmente no te lo habías propuesto en serio.
Si quedó en llamarte a partir de las siete y son
las diez y media es que ya no te va a llamar. De hecho nunca se le pasó por la
cabeza el hacerlo. Nunca. Si el veintidós de agosto no ha pasado todo lo que
tiene que pasar en un verano es que ese verano ya se terminó. Si el veintidós de agosto aún te crees que
es San Juan, es que no entiendes nada.
Si es veintidós de
agosto es porque ayer fue veintiuno, y hace dos días, veinte. Los números
tienen la capacidad de recordarnos que si no te llamó en dos días, son dos días
que ya no aparecen en el mapa de tus recuerdos agradables, como todos los días
en que sí tenías números de verdad para contar. Si sabes contar.
Agosto es el bullicio del último minuto, la última
oportunidad de entrar a donde nunca te dejan, es recoger todos tus trozos en
una mano y el pegamento en la otra. En
agosto, a finales, quieres echar a correr hacia atrás. Como cuando ante la
cita más transcendental de tus años das media vuelta porque no estás seguro de
que lo lleves todo contigo.
En agosto es, más que nunca,
cuando te das cuenta, de verdad, que lo
importante no es todo lo que crees que dejas atrás, sino todo lo que tienes por
delante.
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