Marta
cerró el ordenador de un portazo, originando un sonido leve de una intensidad
atronadora. No hacía falta continuar viendo aquello. Había esperado para no ver
lo que allí veía. Si no lo ves ya no
está. Tremenda mentira. Sintió ya no solamente tristeza o desesperación. Más
que eso. Marte sintió estupor. Estupor absurdo en el fondo porque no era algo
inesperado. Profesó un extraño asombro por lo que ya se temía y conocía. Dio un portazo desde dentro, sin que nadie
la viese desde fuera. Portazo en su cara. Portazo fatal. Pensando en que el
día siguiente iba a ser el peor día de su vida.
Marta
lo asumió toda la noche, que pasó prácticamente en vela. Volteándose,
levantándose, bebiendo sorbos de agua y doblando la almohada empapada buscando
un par de centímetros cuadrados nuevos que le permitiesen apoyar su cara
durante veinte minutos sin que pase nada. Toda la noche previa al peor día de
su existencia se la pasó mentalizándose de que después de ese día, vendría el
resto de su vida, que no iba a ser mucho mejor. Pensaba en lo visto antes del
portazo, cuando aún cabía la posibilidad
de no se sabe qué.
El
peor día de su vida empezó cuando aún era de noche, y decidió que cuanto antes
se pusiese en pie y empezase a prepararse, menos malo iba a ser todo. Marta
recorrió todos los kilómetros que aparecen al poner la mesa, recordando todo lo
que recuerdas cuando de verdad quieres recordar lo bueno. Aún así el día estaba
siendo como Marta se esperaba. Mentalizada para la tormenta. Con botas,
chubasquero y gorro de agua. Ajena a los baches, a los coches y a los niños
llorones. Marta pensando que mientras hay vida hay esperanza, pero en el fondo…
Marta hundida en su propio charco
Y cuando ya no se sabe si esperaba terminar el
primer día del resto de los días igual que empezó la noche, todo dio un vuelco.
Vuelvo sencillo, racional, inesperablemente esperado y bien recibido,
tranquilo, pausado, emocionante, sincero, real, verdadero. El peor día de la
vida de Marta se convirtió antes de que el gallo cantase en un día bonito. Sin
portazos. Un día en el que la ilusión no
es una ilusión.
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