viernes, 6 de septiembre de 2013

Sin que nadie la viese desde fuera

Marta cerró el ordenador de un portazo, originando un sonido leve de una intensidad atronadora. No hacía falta continuar viendo aquello. Había esperado para no ver lo que allí veía. Si no lo ves  ya no está. Tremenda mentira. Sintió ya no solamente tristeza o desesperación. Más que eso. Marte sintió estupor. Estupor absurdo en el fondo porque no era algo inesperado. Profesó un extraño asombro por lo que ya se temía y conocía. Dio un portazo desde dentro, sin que nadie la viese desde fuera. Portazo en su cara. Portazo fatal. Pensando en que el día siguiente iba a ser el peor día de su vida.
Marta lo asumió toda la noche, que pasó prácticamente en vela. Volteándose, levantándose, bebiendo sorbos de agua y doblando la almohada empapada buscando un par de centímetros cuadrados nuevos que le permitiesen apoyar su cara durante veinte minutos sin que pase nada. Toda la noche previa al peor día de su existencia se la pasó mentalizándose de que después de ese día, vendría el resto de su vida, que no iba a ser mucho mejor. Pensaba en lo visto antes del portazo, cuando aún cabía la posibilidad de no se sabe qué.
El peor día de su vida empezó cuando aún era de noche, y decidió que cuanto antes se pusiese en pie y empezase a prepararse, menos malo iba a ser todo. Marta recorrió todos los kilómetros que aparecen al poner la mesa, recordando todo lo que recuerdas cuando de verdad quieres recordar lo bueno. Aún así el día estaba siendo como Marta se esperaba. Mentalizada para la tormenta. Con botas, chubasquero y gorro de agua. Ajena a los baches, a los coches y a los niños llorones. Marta pensando que mientras hay vida hay esperanza, pero en el fondo… Marta hundida en su propio charco
Y cuando ya no se sabe si esperaba terminar el primer día del resto de los días igual que empezó la noche, todo dio un vuelco. Vuelvo sencillo, racional, inesperablemente esperado y bien recibido, tranquilo, pausado, emocionante, sincero, real, verdadero. El peor día de la vida de Marta se convirtió antes de que el gallo cantase en un día bonito. Sin portazos. Un día en el que la ilusión no es una ilusión.

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