sábado, 12 de octubre de 2013

La acompañó de verdad


Entramos en el habitáculo con el problema de dónde dejar los abrigos y mochilas como preocupación ridículamente preferente. En los hospitales siempre hace calor. Atropelladamente, percibiendo ser un estorbo desde metros antes de la entrada, galopamos con sordina para visitar las entrañas de unos aparatos propios de la carrera espacial. Sin pena ni gloria, aún sabiendo que uno sabe dónde está y para qué, todo discurría con una monotonía diacrónica.
Pero en una de las salas, ya no sólo había cables obesos, luces de colores y un mandos de grúa gigante. De repente una niebla gris, húmeda, pesada y envolvente hizo que todos nosotros empezásemos a no mirarnos. Todos nos estábamos atragantando. Todos sentimos una punzada asfixiante que nos derrumbó. Todos mirábamos a no se sabe dónde porque al no mirar crees que ya no ves. Pocos minutos. Ni siquiera todos los analgésicos del mundo juntos podrían en aquel momento apaciguar el golpe.
La madre, enrojecida, le desvistió. No la dejaron terminar, una bata blanca la acompañó a la salida, pero no como una azafata de concurso. La acompañó de verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario