Silvia
pensaba que todos los policías eran como su tío Jenaro, que consistía en un ser
humano adosado a una panza móvil y que vestía camisas elaboradas con un hueco
que las habilitaba para proceder a un correcto abotonamiento. Es por ello que
cuando aquel día absurdo en aquel antro las compañeras de la escuela de idiomas
le presentaron a Jacobo, Silvia no pudo más que reirse cuando se le
autopresentó como miembro del Cuerpo Nacional de Policía.
Los
inicios fueron muy bien, las frases clásicas de las presentaciones
protocolarias enseguida llevaron a risas tontas, con alcohol malo de por medio,
como es natural. Muy rápidamente Silvia se encontró en ese estado que te
permite no cabrearte en los atascos porque puedes enviar y releer mensajitos
del móvil mientras tanto. En ese estado en que vestirte y peinarte exige
entrenamiento y precalentamiento, no vaya a ser que bajes a por pan y te vea
desde el coche patrulla con ropa descolorida y estirada de mercadillo, con el
pelo recogido en un moño fijado con un portaminas, que es lo primero que tenías
a mano cuando eran casi las dos y en el pan cierran.
Silvia
y Jacobo quedaban a menudo, a solas o acompañados. Cuando Jacobo no estaba,
Silvia y dos de las compañeras celestinas comentaban, siguiendo los estándares
de calidad típicos en la Unión Europea, la tontería que se traían ambos, lo
buena pareja que hacían, y lo guapo que era el poli.
Fue
la propia Silvia la que, en medio de tanta glucosa y tabasco ibérico, puso
encima del tapete la nota técnica acerca de que Jacobo era un poco pesadito
preguntándole por su trabajo: auxiliar en los juzgados.
Silvia
se dio cuenta de que Jacobo en todas estas semanas ponía especial énfasis en
todo lo relacionado con su juzgado, de un modo matemático que rozaba la locura.
Sí, claro que la miraba con ojos de gato pardo mientras tanto, y le tocaba el
pelo con sus dedos olorosos de perfumes de la zona media de la tabla de
precios. Pero Jacobo, se dijo a sí misma un día tirando del carro del súper, es
un plasta de cuidado. Con el tema del juzgado sobre todo.
Silvia
pensó en si anotar a Jacobo en el cuadernito de personas que solo salen a tomar
el sol cuando quieren algo, pelean por el dato que persiguen, y cuando lo
obtienen, se van a debajo de la sombrilla, siguen a lo suyo y si te he visto no
me acuerdo.
En
pleno atasco de camino a casa, el poli le propuso mediante mensaje verde de
nueva generación quedar por la tarde, como venía siendo habitual. Y quedaron. Podría
decirse que por momentos Silvia ya había olvidado las artes maquiavélicas de
Jacobo y estaba tontita perdida con él. Sobre todo porque habían empezado un
jueguecito absurdo de tocarse las manos y luego las orejas, todo sin llegar al
beso, que cada vez son más caros. Y escasos. Un buen beso es como un bollo de
leche. Parece que te has comido muchos en la vida, con su crema pastelera y tal.
Pero un buen beso, como un bollo de leche, siempre sabe rico, te retrotrae al
pasado o a un lugar donde todo mola más y la propia sencillez de su elaboración
es una evidencia de que el auténtico valor de lo genuino está en lo sencillo.
De
camino a casa recibió Silvia varios packs de mensajes verdes que iba siguiendo
con temeridad entre semáforo y recta con visibilidad. No venía a puto cuento
que en unos de esos el poli cargante y repetitivo le inquiriese como que de
pasada, y otra vez más, si la semana de las fiestas de la ciudad, el secretario
del juzgado había estado ausente o no.
Silvia,
una vez llegó a casa, llamó a sus padres como todas las noches, cenó, llevó a
cabo la parafernalia de lavadora y tendedero, se borró las uñas con acetona, se
dio una ducha caliente y tras secarse se echó mil cremas de todo tipo, forma,
color y hasta sabor. Solo entonces se paró a intentar contestar los mensajes
verdes cuando vio que Jacobo le escribía: -bueno, no pasa nada, ya está-
Durante las cinco
semanas posteriores Silvia y Jacobo quedaron apenas dos veces más y
siempre con las políglota-celestinas.
Fue en casa de sus padres cuando Silvia, un sábado pudo ver en el telediario que Jacobo
Fontán, inspector de policía daba una rueda de prensa sobre la resolución de un
extraño caso derivado de otro caso de un bebé robado o algo así y de fondo aparecía la imagen del secretario
judicial en cuestión entre micrófonos.
Silvia
entendió lo de semanas antes: -no pasa nada, ya está-. Pasó unos cuantos días
amargada por no haber sabido detectar el interés interesado del tal Jacobo y
ver que éste pasaba completamente de ella. Se sentía una auténtica pringada.
Las
celestinas se rieron una noche de copas cuando Silvia espantó a un guapín que
le arrojaba tejos con preguntas más bien periodísticas. Menos preguntas y
respuestas y más de lo otro, que es lo que cuenta, les expuso Silvia cuando el
tipo tiró millas.
Al
día siguiente, domingo agridulce. Por un poco de todo. Silvia, resignada a
seguir buscando como en los chicles sin premio. Visualizándose a sí misma como
la cuarentona larga que pasa de ser joven a prejubilada desde el punto de vista
estético y mental. Atontada porque en el fondo con el poli… nada.
Ese
mismo domingo recibió un mensaje verde muy verde. De Jacobo: -guapa, ¿cómo te
va todo?¿cuando nos volvemos a ver?-
Silvia
escribió: -no pasa nada, ya está-
Silvia
dudó. Dudó sobre si enviárselo o no.
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