viernes, 3 de agosto de 2012

Alcohol malo de por medio, como es natural


Silvia pensaba que todos los policías eran como su tío Jenaro, que consistía en un ser humano adosado a una panza móvil y que vestía camisas elaboradas con un hueco que las habilitaba para proceder a un correcto abotonamiento. Es por ello que cuando aquel día absurdo en aquel antro las compañeras de la escuela de idiomas le presentaron a Jacobo, Silvia no pudo más que reirse cuando se le autopresentó como miembro del Cuerpo Nacional de Policía.
Los inicios fueron muy bien, las frases clásicas de las presentaciones protocolarias enseguida llevaron a risas tontas, con alcohol malo de por medio, como es natural. Muy rápidamente Silvia se encontró en ese estado que te permite no cabrearte en los atascos porque puedes enviar y releer mensajitos del móvil mientras tanto. En ese estado en que vestirte y peinarte exige entrenamiento y precalentamiento, no vaya a ser que bajes a por pan y te vea desde el coche patrulla con ropa descolorida y estirada de mercadillo, con el pelo recogido en un moño fijado con un portaminas, que es lo primero que tenías a mano cuando eran casi las dos y en el pan cierran.
Silvia y Jacobo quedaban a menudo, a solas o acompañados. Cuando Jacobo no estaba, Silvia y dos de las compañeras celestinas comentaban, siguiendo los estándares de calidad típicos en la Unión Europea, la tontería que se traían ambos, lo buena pareja que hacían, y lo guapo que era el poli.
Fue la propia Silvia la que, en medio de tanta glucosa y tabasco ibérico, puso encima del tapete la nota técnica acerca de que Jacobo era un poco pesadito preguntándole por su trabajo: auxiliar en los juzgados.
Silvia se dio cuenta de que Jacobo en todas estas semanas ponía especial énfasis en todo lo relacionado con su juzgado, de un modo matemático que rozaba la locura. Sí, claro que la miraba con ojos de gato pardo mientras tanto, y le tocaba el pelo con sus dedos olorosos de perfumes de la zona media de la tabla de precios. Pero Jacobo, se dijo a sí misma un día tirando del carro del súper, es un plasta de cuidado. Con el tema del juzgado sobre todo.
Silvia pensó en si anotar a Jacobo en el cuadernito de personas que solo salen a tomar el sol cuando quieren algo, pelean por el dato que persiguen, y cuando lo obtienen, se van a debajo de la sombrilla, siguen a lo suyo y si te he visto no me acuerdo.
En pleno atasco de camino a casa, el poli le propuso mediante mensaje verde de nueva generación quedar por la tarde, como venía siendo habitual. Y quedaron. Podría decirse que por momentos Silvia ya había olvidado las artes maquiavélicas de Jacobo y estaba tontita perdida con él. Sobre todo porque habían empezado un jueguecito absurdo de tocarse las manos y luego las orejas, todo sin llegar al beso, que cada vez son más caros. Y escasos. Un buen beso es como un bollo de leche. Parece que te has comido muchos en la vida, con su crema pastelera y tal. Pero un buen beso, como un bollo de leche, siempre sabe rico, te retrotrae al pasado o a un lugar donde todo mola más y la propia sencillez de su elaboración es una evidencia de que el auténtico valor de lo genuino está en lo sencillo.
De camino a casa recibió Silvia varios packs de mensajes verdes que iba siguiendo con temeridad entre semáforo y recta con visibilidad. No venía a puto cuento que en unos de esos el poli cargante y repetitivo le inquiriese como que de pasada, y otra vez más, si la semana de las fiestas de la ciudad, el secretario del juzgado había estado ausente o no.
Silvia, una vez llegó a casa, llamó a sus padres como todas las noches, cenó, llevó a cabo la parafernalia de lavadora y tendedero, se borró las uñas con acetona, se dio una ducha caliente y tras secarse se echó mil cremas de todo tipo, forma, color y hasta sabor. Solo entonces se paró a intentar contestar los mensajes verdes cuando vio que Jacobo le escribía: -bueno, no pasa nada, ya está-
Durante las cinco semanas posteriores Silvia y Jacobo quedaron apenas dos veces más y siempre con las políglota-celestinas.
Fue en casa de sus padres cuando Silvia, un sábado pudo ver en el telediario que Jacobo Fontán, inspector de policía daba una rueda de prensa sobre la resolución de un extraño caso derivado de otro caso de un bebé robado o algo así y de fondo aparecía la imagen del secretario judicial en cuestión entre micrófonos.
Silvia entendió lo de semanas antes: -no pasa nada, ya está-. Pasó unos cuantos días amargada por no haber sabido detectar el interés interesado del tal Jacobo y ver que éste pasaba completamente de ella. Se sentía una auténtica pringada.
Las celestinas se rieron una noche de copas cuando Silvia espantó a un guapín que le arrojaba tejos con preguntas más bien periodísticas. Menos preguntas y respuestas y más de lo otro, que es lo que cuenta, les expuso Silvia cuando el tipo tiró millas.
Al día siguiente, domingo agridulce. Por un poco de todo. Silvia, resignada a seguir buscando como en los chicles sin premio. Visualizándose a sí misma como la cuarentona larga que pasa de ser joven a prejubilada desde el punto de vista estético y mental. Atontada porque en el fondo con el poli… nada.
Ese mismo domingo recibió un mensaje verde muy verde. De Jacobo: -guapa, ¿cómo te va todo?¿cuando nos volvemos a ver?-
Silvia escribió: -no pasa nada, ya está- 
Silvia dudó. Dudó sobre si enviárselo o no.

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